viernes, 11 de mayo de 2012

"Los de Bilbao deciden cuándo algo es un drama y cuándo no"

Me acabo de quedar anonadada después de leer este texto de Jorge Bustos  , que sin ser de Bilbao, ni del Athletic, estuvo en Bilbao en la final de Europa League y cuenta así lo que vivió. Es realmente brillante. No podía haber plasmado mejor cómo vivimos aquí el fútbol:

 "Los de Bilbao ganan cuando les sale de los co..."

En el Jumbo 747 que el lunes partió de Bilbao con la expedición oficial del Athletic a bordo viajaba un grupo de 60 parroquianos de Lejona que había embarcado 200 botellas de cava, 70 kilos de percebes y varios centenares de pastelitos de nata. Al cierre de esta edición nadie ha podido desmentir el consumo íntegro del referido menú, menú digno de un chiste de vascos que acabó aderezando un drama imprevisto. A un madridista no le quedarían ganas de chuperretear troncos de percebe hasta cerciorarse de que Ramos marcaba ese penalti, pero eso es porque en Madrid se abriga un sentido demasiado estricto, meridiano, parmenídeo, de las antinomias clásicas: bien-mal, victoria-derrota, alegría-tristeza. Por el contrario, los de Bilbao deciden cuándo algo es un drama y cuándo no, y ganan las finales que les sale de los co... Se conoce que esta no les salía ganarla, y de ahí el resultado final.

A su modo teosófico de brahmán en chándal de pasar la ITV lo explicaba Marcelo Bielsa al término del partido: “Tendríamos que aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción”. Excepción es desde luego un concepto muy vasco. Un bilbaíno cualquiera de entre los 40.000 que siguieron la debacle de los leones desde San Mamés, si decide que ha llegado la hora de flotar jubilosamente entre tetra-briks de Don Simón hasta exudar calimocho –kalimotxo– por la goma del gayumbo, lo hará igual en la derrota que en la victoria, pese a que uno oyó salir de un bar la siguiente exclamación tras el segundo gol de Falcao:

—¡Tranquilos, joder! ¡Yo ya he dicho que marcábamos el tercero en el minuto 118!
Pero la pólvora esta vez no la pusieron los vascos. Cuando sentenció Diego, quizá algún bilbaíno se dejó llevar momentáneamente por el desánimo y la calle enmudeció algo. Incluso alguna papelera metálica cruzó de una patada la Gran Vía de Diego López de Haro. Pero se trataba de puntualísimas concesiones a la frivolidad, y por eso el pueblo vizcaíno no puede enorgullecerse demasiado de las lágrimas aparatosas de Muniain, que cortaban tanto el rollo cuando a las inmediaciones de La Catedral habíamos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual. Enseguida las aceras volvieron a crepitar de silbos de pastor a favor del Athletic, porque contra el Athletic no hay crítica popular posible. Escoltado por Itziar Reyero, intrépida delegada de ABC en Euskadi, recorrimos los escenarios campales de Indautxu, de cuya herrikotaberna emanaba una mezcla aromática que logré descomponer nítidamente en cinco ingredientes esenciales: sudor, pis, vinacho, hachís y heces humanas.

Al día siguiente quisimos testar el ánimo de la ciudad a través de sus tres santuarios idiosincrásicos. Primero el de Begoña, la única Señora que yo veía sin camiseta rayada en día y medio. De allí fuimos a Sabin Etxea, que a pesar de ser la casa de un organismo tan elemental como Sabino Arana ofrecía climatizador y cervezas frías frente a los 37 grados que marcaban los termómetros sobre las aceras hirvientes y pegajosas. Pedimos ronda de zuritos y trabamos conversación con un cargo peneuvista que se empeñaba en culpar de la derrota a Amorebieta, casualmente el único futbolista de la plantilla –aparte de los riojanos– nacido allende la santa cobertura de la gran txapela mítica de Euskal Herria. Por último visitamos el Ibaigane, sede del omnímodo club por cuya puerta entreabierta vimos pasar un significativo gato negro.

Si desde Vázquez Montalbán los culés se arrogan una condición superior a la de mero club de fútbol, lo del Athletic ya es de performance de Boadella. Los autobuses no rotulan con el destino sino con las palabras “Aúpa Athletic”. Los pequeños comercios ensartan banderines entre la lencería de los maniquíes o en las cestas del pan. Las franjas totémicas se exhiben en los locales de los partidos políticos, en las grandes empresas, en las delegaciones institucionales, seguramente hasta en los tangas de las golfas, extremo este último que no contrasté. Todo es rojiblanco y así seguirá proclamándolo cada balcón –en especial el de la Diputación de Vizcaya, de donde antes colgaba el cartel de “ETA ez” (“ETA no”) y ahora el de “Athletic zurekin” (“Contigo, Athletic”)– hasta la final copera. A ver si hay suerte y a los de Bilbao les sale esta vez de los co… ganarle al Barça.


Por Jorge Bustos, periodista de La Gaceta. 

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Anónimo dijo...

Sólo hay que leer los post del blog de este hombre para ver que huele a rancia naftalina, al igual que el medio en el que trabaja, claro.

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